lunes, 8 de abril de 2013

Cuando la primavera dura todo el año



Si todos los días caminaba automáticamente al tren C de Brooklyn, hoy por fin aprecié el camino hasta la estación pues la primavera había llegado. Hoy no me tuve que vestir como astronauta para salir a la calle ni pensar qué hago matándome de frío cuando existe un lugar como Cuba con calor todo el año; y si cuando la visité hubo algo que me pareció raro, como la falta de privacidad, después de tanto frío a veces pienso que puedo vivir con eso.

Cuando fui a Bayamo por primera vez, fuimos al hospital Céspedes para que Natacha se haga unas pruebas ya que estábamos esperando a Valeria. Parados en el lobby, en la puerta de la oficina del doctor, noté que la caja de luz donde se ponen los rayos X estaba en una pared. De pronto vi que los doctores salían de sus oficinas con los pacientes a ver las placas con sus pacientes y discutir sobre ellas delante de todos los que pasaban. Era una caja de luz comunitaria.

“¿Quieres ver la sala de cuidados intensivos?” Me preguntó Loly, mi suegra.

“Sí,” le dije sorprendido de que podía visitar esa sala sin problemas.

Ninguna puerta ni ningún trabajador del hospital nos impidió que entráramos al cuarto rectangularmente largo de cuidados intensivos. Había como una docena de camas a ambos lados. Algunos pacientes estaban durmiendo y otros conversando con las visitas. Era un ambiente bastante movido para ser un lugar donde yo asumía tenía que primar la calma.

Luego de unos minutos, nos llamaron para entrar a ver el doctor, pero no solos, sino con una mujer en sus 30s acompañada de su mamá. Yo pensé que las mujeres iban a hacer una pregunta rápida al doctor e irse, pero más bien se sentaron junto a Natacha y a mi.

Sin tener la más mínima preocupación de que estábamos ahí, el doctor sacó los resultados de un examen y le dijo a la mujer, “las pruebas salieron bien, el dolor no es nada; usted está bien.” “Pero doctor, mi papá sufrió de dolor de espalda toda su vida, quizá yo sufra de lo mismo.” El doctor le aseguró que estaba bien y cuando la mujer por fin se convenció, ella sacó una bolsa con un sándwich y un jugo hechos en casa. “Aquí un detalle para usted doctor,” le dijo ella. “No, no se hubiese preocupado,” le dijo el doctor. El juego de ofrecimiento y rechazo fue de ida y vuelta por un instante; “Miren, si nadie lo quiere, yo me lo como”, pensé.

Pero el doctor por fin cedió al regalo, entonces la mujer se fue con su mama lo cual fue un alivio porque ya me preocupaba que nos hicieran las pruebas con dos desconocidas observando.

Pero hubieron experiencias también en Bayamo que me parecieron invalorables. En vez de mandar textos y descubrir lo que los conocidos están haciendo, la gente se conecta en persona. Las puertas de las casas están abiertas casi todo el tiempo, lo hacen también para que circule un poco de aire pero a la vez los vecinos pasaban si anunciarse, tomaban un cafecito y charlaban por un rato. Y cuando veíamos las novelas brasileras por las noches, venían siempre personas diferentes a acompañarnos lo cual hacía que siempre hubiera tópicos distintos para hablar.

Con la primavera por fin de vuelta en Nueva York, he vuelto a amar esta ciudad y estoy feliz con la privacidad de los hospitales de acá, pero extraño la conexión con personas frente a frente, claro que ahora con un mejor clima puedo empezar a ejercer eso.
 

Natacha y Loly en la prueba de ultrasonido en Bayamo, Cuba

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