Ya era
demasiado tarde cuando me enteré que ese día era el clásico del Real Madrid contra
el Barcelona, ya había alquilado el auto y dudaba mucho que Natacha aceptara
quedarnos sin oposición alguna. Así que proseguimos con el plan; puse a Valeria
en su car seat y nos fuimos a recoger manzanas al campo.
La
experiencia es agradable desde que sales de New York, el tráfico se vuelve menos
pesado y comienzas a ver verde alrededor.
Toma
cerca de dos horas llegar al pueblo de Marlboro en la parte norte del estado de
New York. Nosotros íbamos por primera vez a un lugar llamado Weed Orchards y
nos gustó bastante. A la entrada hay un granero donde venden curiosidades y
dulces del campo. Luego hay una cerca con chivos y un gallo, Valeria se pegó de
eso. Al lado hay una casita donde venden cinammon donuts que están
espectaculares.
Valeria quería quedarse con los chivos.
Un
amigo las compró y nos ofreció, yo pensé, “ok, voy a aceptar sólo una porque
tengo que cuidar la panza”. Metí la mano
en la bolsa blanca de papel y quise agarrar la donut con la misma presión de
siempre pero la donut se deshizo; estaba tan recién hecha que se hacía pedazos
apenas la tocaba y además de eso, calientita. Agarré unos cuantos pedazos y los
probé; la panza tuvo que esperar, tenía que comer más donuts.
Aparte de la buena comida, Weeds Orchard también tiene un playground
bastante divertido para los chicos con un tren, un tractor y un pueblito del
oeste, todos hechos en madera.
Luego fuimos
a recoger manzanas, o mejor dicho, a que yo recoja manzana; Natacha y Valeria
las recibían y comían. Sólo agarramos las manzanas Jonasgold; recomendadas para
comer y hornear. Lo primero que me atrajo de esta manzana fue su color rojo
vibrante y luego me sorprendió tanto la firmeza de su crujir al morderlas como
la dulzura de su jugo.
Nótese las manzanas rojas a la izquierda de Valeria.
Weed
Orchars tiene una vista impresionante y relajante, se veía montañas por todos
lados además los árboles estaban cambiando de color por estar en otoño así que
había hojas desde amarillas hasta rojizas.
La
pasamos tan bien que fuimos unos de los últimos en irnos antes de que cerraran.
Proseguimos a manejar las dos horas de vuelta a Brooklyn pero teníamos una cosa
clavada en la mente, ¿por qué diablos no compramos donuts para el camino?